domingo, 30 de marzo de 2008

Espejos de la Memoria: 2- Rafaela Baroni

(Para verlas en mayor tamaño, pincha en las imágenes)

Muchas son las artistas que pueden formar parte de mi serie Espejos de la memoria, basada en autorretratos de mujeres artistas y escritoras. Hace un par de días, vi una película en la que alguien sufría un ataque de catalepsia, entonces recordé, inmediatamente, a Rafaela Baroni, venezolana, de Trujillo (La Mesa de Esnujaque, Andes venezolanos), artista popular o naif, que realiza, en su mayoría, tallas en madera y que tiene más de 30 años de trayectoria.


Toda la vida ha vivido en su pueblo, del cual ha salido solo una vez para ser internada en un psiquiátrico. Recuerdo que la vi por primera vez en un programa de televisión, cuando era yo adolescente. Decía, el periodista, que Rafaela había sufrido un par de ataques de catalepsia y que había sido velada en esas dos ocasiones. Es de esperarse, que su relación con la muerte, sea cercana. Como toda una performancista de vanguardia, la artista escenifica su muerte cada Viernes Santo, acostándose en una urna que ella misma ha creado. Lleva el cabello largísimo, es delgada y posee una mirada potente.
.

Baroni afirma que comienza a dedicarse a la talla luego de que perdiera la vista dos veces, a causa de una crisis nerviosa. La Virgen, su curadora, quien se le aparece en esos sueños, la visita una vez más y le pide que haga tallas que la represente, para propagar la fe mariana. Es así como se inicia como artista y, con esa misma relación con lo divino, vive el día a día.

El escritor argentino Sergio Chejfec, quien viviera en Venezuela unos 10 años, ha publicado una novela, titulada: Baroni: Un viaje (Alfaguara, 2007) en la que ella se convierte en eje de un viaje hacia parte del imaginario venezolano, viaje que realiza a través de una de una sus artistas populares más destacadas. Chejfec anota en su blog: Baroni es un personaje importante en la cultura venezolana de estas décadas, en gran medida porque actualiza y trastorna un mito perenne, el del artista autoconstituido, a través de cuya obra se produce una negociación de significados entre el mundo rural y el mundo así llamado moderno.

Sus vírgenes y arcángeles son representación de ella misma, delgada, pelo largo negrísimo, pero también posee piezas en las que se autorretrata abiertamente, como la talla de La Mujer crucificada, que tanto impresionó a Chejfec en su viaje hacia Baroni y que él prefiere llamarla: La Mujer en la cruz. Ciertamente, la mujer, aunque atada a una cruz, no lleva los signos terribles de una crucifixión y, ahí está ella, con un hermoso vestido rosa que deja ver parte de sus piernas, maquillada coquetamente,
y un loro, detrás que la acompaña.

Más allá de la fuerza que encierran estos artistas, que hacen de su vida parte de su creación, como Frida Kahlo, Baroni imprime en sus tallas esa misma fuerza, sin olvidar la armonía en la composición, que abarca desde los colores hasta los finos detalles con los que culmina sus tallas, vírgenes y ángeles, con uñas pintadas de rojo al igual que los labios, pero no por ello menos místicas, ya que el rictus en sus rostros expresan cierta solemnidad y bondad según el caso.

Rafaela aún vive en Esnujaque, y teje sorprendentes amuletos sin agujas, pinta, organiza fiestas tradicionales, imparte talleres dentro de su comunidad y ha hecho de su casa un museo que lleva por nombre: el Museo del Espejo.

Espejos en la memoria: 1- Olga Orozco



Lo demás aún se cumple en el olvido
Olga Orozco



Los amigos que han emigrado a alguna parte del mundo siempre comentan ese, a veces, terrible ejercicio “Zen” de ir dejando cosas y tomar las esenciales.

A veces nos equivocamos. En ésta, mi segunda mudanza, mi biblioteca ha ido mermando y pienso en libros que quiero recuperar pero otros, por buenos que sean, no volveré a leer. La vieja pregunta de ¿qué te llevarías a una isla desierta…? se cumple en cierta forma acá. Hay un libro, que desde que me lo regalaron lo llevo conmigo, una antología de la poeta argentina Olga Orozco (1920- 1999), Relámpagos de lo invisible (1997, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires). Sus poemas estuvieron presentes en casi todos los talleres que impartí, Remo contra la noche, mi preferido, quizá se erige, terriblemente como una revelación de la fatalidad y el destino.


El blog, que en un principio buscaba rabiosamente una identidad, poco a poco comienza a encontrarla, y la Coixet, Lucía, Concha Michel y ahora Olga, me van hablando de una decantación hacia lo femenino, me pide a voces, también, reflexiones feministas como autoafirmación y búsqueda de una reivindicación de derechos aún por conquistar. Por supuesto, los creadores y pensadores siempre estarán acompañándonos, os queremos y también necesitamos.


El libro contiene fotos en la que aparece ella en distintas etapas de su vida, siendo entrañable, ésta en la que la poeta aparece ataviada como una exótica reina mora dentro de la imponente arquitectura de la Alhambra. Había que traer a Olga de vuelta.


Con ello doy inicio a la idea, de una Serie de entradas compuesta por poemas, pinturas o fotos, en las que las artistas se presentan ante el mundo, en una suerte de autorretrato y/o autobiografía. Es por ello, que he escogido otro poema (y no el mencionado arriba) con que acompañar esta nota.

OLGA OROZCO
Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
Unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
La humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
Aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí
igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como un rayo,
no en el tumulto incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura
que los cambiantes sueños, allá, donde escribimos la sentencia:
"Ellos han muerto ya. Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento".